Carlos II, el último de los Austrias en el trono español, protagonizó uno de los episodios más esperpénticos de nuestra historia. Las dolencias del Rey eran fruto de una consanguinidad malsana que le valieron el sobrenombre de «El Hechizado». Sin embargo, en vez de reconocer la evidencia, su confesor solicitó la colaboración de un fraile asturiano que sostenía que podía hablar con el diablo para demostrar que el Rey estaba afectado de un encantamiento, de un hechizo. El monarca tuvo que soportar incontables martirios para ser exorcizado, pero el más espeluznante fue la exhibición ante sus ojos de los cadáveres de todos sus antepasados, convencido de que tanto poder junto acabaría con la fuerza endemoniada que lo hechizaba.
Este es el primer pasaje histórico que se me vino a la cabeza tras escuchar las declaraciones de los diferentes dirigentes del Partido Popular frente a una sentencia que viene a poner negro sobre blanco sobre un modus operandi corrupto. Dolores de Cospedal lo lleva tildando de trama «maléfica» desde que empezaron a brotar como setas los casos de corrupción en los que su partido tenía algo que ver, esos que Mariano Rajoy dice que son «casos aislados». Serán cosas del demonio que se les vayan sumando y extiendan su capa malévola hasta, según dicen los jueces, casi tres décadas.